En la España del siglo XVI era
tal el hedor y la pestilencia en algunas calles por el amontonamiento de
basura que la gente distinguida iba por ellas oliendo una bota o, como
se decía entonces, una borracha de ámbar: un recipiente con perfume
delicado.
Era tan distinguido semejante uso que el secretario de Felipe II,
Antonio Pérez, no supo regalar cosa mejor a quienes lo protegieron en su
destierro.
Según Eberhard Rathge, en la capital del imperio alemán, por ejemplo,
todavía en la década de 1870, el enmierdamiento callejero y la
consiguiente pestilencia en la capital del imperio era lo normal.
En la España quinientista, la hediondez y la pestilencia callejera no
le disgustaban al pueblo y, por el contrario, protestó vivamente cuando
se limpiaron las calles.
La razón se explica al tomar en cuenta una perversión que la jerga
médica llama cacosmia. Procede del griego kakós, que significa “malo”, y
osmé, que quiere decir “olor”. La cacosmia a es la perversión del
sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores
fétidos. A un enfermo de cacosmia, a un cacósmico, le parece fragante lo
asqueroso, le parece delicioso lo excrementicio.
EL HOMBRE Y LA BASURA
El hombre es el animal que defiende esforzadamente la basura y, entre todos los animales que gustan de ella, es el campeón. Es el que consume y difunde con más ahínco y entusiasmo la basura. Recuerdo que Unamuno decía que el hombre es animal ‘guardamuertos’ y es verdad.
Asimismo, el hombre guarda también basura. La basura lo atrae
irresistiblemente. Esto lo demuestran cumplidamente abundantes programas
de la televisión comercial.
Aquí un punto importante: la basura es adictiva, y la basura que se
produce y esparce diariamente en la televisión es peligrosísima ya que
origina una adicción violenta y tenaz.
Los televidentes se acostumbran a la cochinada químicamente pura y a
la vulgaridad más atroz. Entonces, para los televidentes embarrarse es
una verdadera fiesta; enlodarse, una diversión; y enmierdarse, una
vocación y un destino.
En la página 383 de su libro “A trancas y barrancas” el escritor
Alfredo Bryce Echenique manifiesta lo siguiente: “Confusión hay por
todas partes y cada día más y el hombre parece acercarse a la imagen
definitiva de un ser profundamente imbécil que mira cada vez más horas
de telebasura y soporta el idiotizador impacto de la angustiosa
publicidad sin capacidad de respuesta alguna”.
PROHIBIR UN PROGRAMA
Se ha discutido muchas veces, y se sigue discutiendo, acerca de la conveniencia de prohibir cierta clase de programas y de ejercer algún tipo de control porque se puede caer en la censura. La finalidad, más allá del debate, es detener este alud de basura, prohibir embrutecer a la gente.
Sin embargo, creo que se pasa por alto un hecho fundamental: no se
trata de trata de prohibir ciertos programas. Podría uno haber planteado
en estos términos la limpieza de la televisión nacional en una etapa
anterior, quizá hace 25 años, ahora no.
Ahora el asunto es peor. Ahora rige la cacosmia y ya no se trata de
no producir basura porque el día que dejen de hacerlo ocurrirá lo que
ocurrió con el pueblo de la España quinientista, que protestó vivamente
cuando limpiaron las calles porque se había acostumbrado a la
pestilencia.
Aquí la teleaudiencia se ha acostumbrado a la pestilencia. Es una
teleaudiencia cacósmica, está enferma de cacosmia. La teleaudiencia está
sumamente alterada porque padece de una adicción violenta y férrea a la
basura.
Las empresas de comunicación más allá de si quieren o no producir
algún programa excrementicio, ya no pueden dejar de producir esa basura
porque la gente va a protestar vivamente así como en España antigua.
Si usted limpia la televisión, quita la basura, la gente no va a ver
la televisión porque la gente quiere es consumir más basura.
Los términos del asunto hay que ponerlos en su verdadero encuadre:
estamos en la era de la televisión cacósmica. No se puede hacer nada
distinto en la televisión. El asunto comenzó hace 25 años y ahora
estamos en plena cacosmia.
Este problema de la cacosmia es esencial y no creo que se pueda hacer
un acercamiento serio al fenómeno de la televisión y a su
desquiciamiento sin entender bien esta adicción violenta a la basura. No
se trata de dar o no dar basura en la televisión, sino de que ya no se
puede dejar de dar basura.
Es un círculo vicioso y no sé cómo se va a salir de esto, es parte de
una perversión general de la existencia, la gente termina
acostumbrándose a lo nauseabundo.