Por Rosa Maria Palacios
No se puede afirmar que una persona es una institución. Puede tener
su representación temporal pero la voluntad de uno no sustituye la
voluntad colectiva, ni la historia, ni la tradición. Pedro Cotillo no es
San Marcos. Luis Fernando Figari no es la Iglesia Católica. Donald
Trump no es el Partido Republicano. Podría seguir pero creo que la
diferencia es clara. Formar parte de una institución y, a veces, hasta
representarla, no convierte a la persona en la institución ni a la
institución en la persona.
Los partidos políticos peruanos deberían ser instituciones. No lo
son. Son membretes, franquicias adquiridas con firmas o sucesivas
reelecciones en alianza avaladas por la ley, ante el JNE. Los partidos
que lo fueron, como el Apra, el PPC o AP, cada día que pasa se aproximan
más a un club de amigos, a una facción, más que a una verdadera
institución.
En las instituciones, hay liderazgos, pero el poder es temporal. En las instituciones, hay decisiones colectivas, formándose una voluntad autónoma de la de los miembros que la conforman En las instituciones hay reglas. Pactos que rigen la vida institucional, cuyo incumplimiento genera sanción y rechazo. En las instituciones hay, cuando corresponde, jerarquías previamente
pactadas, que dependen del mérito, antigüedad, voluntad de pertenencia o
compromiso.
En los partidos políticos peruanos los candidatos-caudillos son
perpetuos, la voluntad del líder se impone sin ninguna democracia
interna –por más pantomimas que se monten–, las reglas se rompen en cada
paso y las jerarquías no existen o se desprecian. Así las cosas, no
sorprende que no tengan militancia, sino clientela. Tampoco bases, sino
empleados remunerados. Y mucho menos cohesión o lealtad en torno a un
ideal.
Sin partidos políticos, no hay democracia. Sin competencia, no hay
elección. Mucho de lo que veremos este verano nos puede llevar a
cuestionar hasta cuándo este modelo de democracia sin partidos y
elecciones sin competencia justa, puede durar y hacia adónde iremos.
Nadie lo sabe y a los candidatos parece importarles poco.
¿Sorprende que los anuncios más importantes en estos días sean “quién
va con quién”? No. No debe sorprender porque a falta de partidos, cada
grupo tiene que jalar personas, “caras”, que tengan una trayectoria
personal, básicamente de honestidad. Y ese juego de las sillas se repite
imparable desde el 2001. Hay, por cierto, un doble juego. El que busca y
el que quiere que lo busquen. Entre diciembre y enero se conoce alguna
proyección de los candidatos presidenciales –que jalarán la lista
parlamentaria el 10 de abri – y ahí buscan colocarse las “figuras”. A su
vez, el líder político necesita de ellas para hacer menos notoria su
orfandad de militantes, bases o ideas. Es un win-win. Y la ley no solo
no lo prohíbe, ¡lo fomenta!
¿Cómo así? Para hacerlo sencillo, en la práctica no se necesita
militar en un partido para postular por él. Él que sacrificó 5, 10 o más
años de su vida puede ser desplazado por cualquiera. El 25% de la lista
parlamentaria es designada –así, a dedo– por la cúpula, es decir, por
el dueño de la franquicia.
El 75% de la lista debe ser elegida en elecciones internas. Pero,
¿quién postula en esa interna? Puede ser cualquiera. El único requisito
es que no esté inscrito en otro partido. Hay que agregar que esas
“internas” son cualquier cosa. Los delegados son conminados a votar a
cambio de otras prebendas o de sus propias postulaciones.
Los pocos que han tratado de llevar a cabo elecciones de “un
militante, un voto”, no han tenido ni padrones actualizados, ni voluntad
de tenerlos. Aunque a muchos sorprenda, ahora podrán entender porqué
figuras representativas del fujimorismo como Martha Chávez o Luisa María
Cuculiza nunca han sido militantes de Fuerza Popular. No lo requerían.
¿Figuras más buscadas en estos días? Mujeres maltratadas
políticamente. Las mujeres en política son un activo. Primero, hay pocas
interesadas y es necesario cubrir la cuota. Segundo, la percepción
pública es que las mujeres son más honradas. Tercero, suelen ser más
maltratadas políticamente que los hombres y cuarto, 50% de la población
electoral es femenina. Si se fijan, todos los anuncios –incluidos los
más chocantes– involucran a mujeres.
Vamos con una breve lista: Acuña lleva a Anel Townsend y a Marisol
Espinoza (descontando a Beatriz Merino que se hará cargo de sus negocios
universitarios), Alan García lleva a Lourdes Flores, PPK a Mercedes
Aráoz y Daniel Urreti a Susana Villarán. Acuña ha reclutado bien, pero
el premio se lo lleva Alan García. Poner a tu lado a una mujer honesta a
la que golpeaste sin “medida ni clemencia” merece palmas, compañeros.
De los punteros parece que Toledo ya no recluta a nadie, más bien
pierde figuras día a día. Y el reclutamiento de Keiko Fujimori va flojo.
Si botas a figuras históricas no puedes salir a la semana siguiente
presentando al muy respetable General y Congresista Octavio Salazar en
tu “dream team” de seguridad. ¿El General que quiso montar un
psicosocial con el cuento de los pishtacos es su solución? No, pues.
La pobre Keiko sudaba en unos planos cerradísimos –yo creía que por
maldad, pero me dicen que había poca gente en San Juan de Lurigancho– y
mezclaba a un incómodo General Miyashiro, héroe en la captura de Abimael
Guzmán, con unos pishtacos cualesquiera. Tan mal asesorada no puede
andar la candidata número uno.
Terminemos como empezamos. Yo no creo que el fujimorismo sea Keiko
Fujimori. Creo que es Alberto Fujimori. PPK, Acuña y Toledo son ellos
mismos y punto. No hay institución detrás. Pero el Apra merecía un mejor
destino que ser Alan García. Y eso depende solo de sus compañeros,
porque ellos son los que se lo han permitido.
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