Reproducimos este valiente artículo de Juan Sheput, por coincidir plenamente con nuestra posición.
Por Juan Sheput
Que la historia se repite no queda duda. Se ha encargado de
recordárnoslo con un spot el gobierno de Ollanta Humala. Ha comparado el
reciente resultado de La Haya con lo acontecido en 1929. El spot dice
que ambas situaciones son similares. No le falta razón. Hace 84 años
también nos contentamos con el premio consuelo de la recuperación de
Tacna y la pérdida definitiva de Arica, su extensión natural. Hoy, al
igual que hace 84 años, la clase dirigente pide mirar hacia un futuro
común y “hermanado”. Hoy al igual que ayer se intenta ridiculizar a
quiénes tienen una posición discrepante que desentone con la mayoría que
acepta la realidad con resignación. Se niegan a ver lo evidente: que
84 años después, el tratado de 1929 sigue, por empeño chileno, con
varios puntos pendientes de culminación.
En ambas oportunidades los fenicios de la política vieron en el
resultado un triunfo. Todo lo reducen a lo económico y comercial. Se
olvidan que el intercambio es consecuencia de la fortaleza de un estado
que debe privilegiar lo que es su fundamento, es decir soberanía,
población y territorio. Dicen que no se debe discutir por un pedazo de
tierra. Eso puede tener validez en estados débiles y sin clase
dirigente, pero no en aquellas que tienen criterio geopolítico y de
proyección estratégica. China, por ejemplo, es el principal socio
comercial del Japón y sus tratados comerciales se han puesto en
entredicho por unas pequeñas islas cuya soberanía ambas potencias se
disputan. Esa actitud dignificante de un estado ni siquiera se puede
discutir en el Perú.
Desde el 27 de enero asistimos a un autoengaño masivo que nos señala que
lo de La Haya es un triunfo. Enfebrecidos soñamos con riquezas marinas
que nadie sabe por qué no hemos explotado hasta ahora en los casi 3,000
kilómetros de litoral costero “hasta las 200 millas”. Es difícil ver la
realidad. Mientras en nuestro caso la riqueza está por averiguar cuanto
tiene de potencial, Chile mantiene intacta su explotación pesquera,
ahora a perpetuidad y logra su objetivo de consolidar la usurpación de
una parte de nuestro mar al obtener que sus fronteras se delimiten desde
el Hito No. 1 convirtiendo a una parte de nuestra costa en territorio
seco. Ello, que va en contra de todos los escenarios planteados antes
del fallo de La Haya, es visto por el gobierno de Humala y la casi
totalidad de la clase dirigente del país con naturalidad. La historia,
efectivamente, con otros actores, se vuelve a repetir.
Es cierto que hay continuidad en el proceso que nos llevó a demandar a
Chile ante La Haya. Y por eso mismo, por tratarse de una política de
Estado, es que la misma no se puede evaluar con las pasiones propias de
la coyuntura. Evaluar una situación como la que atraviesa el país
merece el juicio sereno e imparcial de la Historia. Así fue con el
tratado de 1883, con el de 1929 –ambos con resultados condenatorios para
nuestra clase dirigente- y así será con el 2014. En el juicio de la
historia no habrá cargamontón mediático ni políticos atarantadores que
en su afán de cubrir su vergüenza interior y ausencia de argumentos
recurren a insultos y descalificaciones.
En estos días, en el afán de convertir el veredicto de la Corte que dice
con claridad derechos económicos y no soberanía marítima territorial,
la derecha peruana y el gobierno han coincidido con lo que el general
Juan Velasco Alvarado llamaba el “Mar de Grau”. Nuestro mar es “hasta
las 200 millas” dicen con entusiasmo sabiendo que esto sólo es verdad
hasta las doce primeras millas. Durante la llamada Revolución Peruana
nuestro mar era cobijo de grandes embarcaciones rusas y japonesas que
pescaban –y siguen pescando ahora con la compañía de embarcaciones
chinas- a sus anchas pues simplemente no nos ampara el derecho
internacional.
En medio de toda esta miseria que la historia se encargará de decantar
(bueno es en ese sentido que muchos hayan planteado posición, en un
sentido u otro, escrita o verbal) también hay lugar para lo anecdótico o
para una futura crónica de la infamia política: por discrepar se quiere
sancionar con 120 días a un congresista que tuvo un arranque de
dignidad y planteó su protesta una vez que el presidente Humala había
culminado su mensaje. Jorge Rimarachín es la expresión política de un
sector del pueblo peruano que no cree en la versión oficial ¿Se le
quiere sancionar por ello? No lo creo. Desde mi punto de vista se le
quiere sancionar a Jorge Rimarachín porque con su actitud les recuerda a
los otros congresistas la profundidad de su autoengaño. En el fondo
saben que tiene razón, pero no toleran que en el parlamento peruano
haya por lo menos un congresista que tenga el coraje de decirle al
emperador que está desnudo.
El congresista Jorge Rimarachín haría bien en preocuparse delo
verdaderamente importante, el juicio de la historia y no de la
menudencia en la que se solazan algunos de sus colegas en la junta de
portavoces.
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