¿Qué es el síndrome colonial y quiénes lo padecen en el Perú?
PABLO NAJARRO CARNERO
Durante
mucho tiempo, en mis disquisiciones sobre el por qué de las asimetrías
en el pensamiento político social en nuestra sociedad, y me refiero a
los ciudadanos de a pie, incluyendo también en mis cavilaciones a los
que se pueden considerar cultos de alguna manera, he llegado a la
conclusión que en general, los peruanos, me excluyo, por lo que expondré
ut infra, después, que padecemos de un síndrome al que he venido a
llamar “síndrome colonial”. Y si la cosa es hablar de los peruanos,
aquí, por sentimiento me incluyo, haré un recuento sucinto de los hechos
históricos que me llevan a proponer esta hipótesis de estudio.
Allá, por noviembre del 1532, cuando las huestes españolas se toparon
con formaciones incas, podemos decir que se da el encuentro de dos
culturas; una organizada y socialista, la otra ávida de riqueza e
inhumana. No éramos un ejemplo de vida social, de derechos humanos, pero
era la época y el contexto. Con la captura de Atahualpa aparece por vez
primera en la historia proto peruana, el sentimiento de venganza en la
que no importa unirse al enemigo o invasor con tal de recuperar
derechos.
Pasada la lucha fratricida entre Huáscar y Atahualpa, vencedor el
último, abandona la capital imperial pero previamente aniquila todo
rastro sanguíneo del cuzqueño. Asestada la ignominia, los rezagos
parentales de Huáscar buscan recuperar su poder perdido. Recurren al
conquistador ofreciéndole ayuda, para en su ingenuidad, reponer en el
poder a uno de sangre real cuzqueña. El español matrero se da cuenta de
las ventajas que supone este pedido. Con una soldadesca mínima no podría
sostener una lucha, una conquista. Acepta el ofrecimiento. Debemos
saber, que a esta propuesta se unen al grueso del ejército español
pueblos que habían sido súbditos a la buena y a la mala del imperio
inca, que con la llegada de los peninsulares, pensaron, también
ingenuamente, que aliándosele tendrían una salida al yugo
tawantinsuyano. Aquí tenemos un primer momento de subyugación voluntaria
a un nuevo poder. Aliarse quizá por necesidad o por interés, tan humano
como la historia misma. ¿Cómo entender esto?
MOTIVO ECONÓMICO.
La independencia, como pocos saben, no fue el ideal libertario como
reacción ante la conquista que destruyó la identidad incásica. No fue un
cansarse o reconocer el abuso del que fuimos objeto. La independencia
tuvo un motivo económico. El modelo monárquico virreinal era
extractivista, explotador, dejaba poco margen de ganancia dineraria a
los criollos y españoles. Más sufrían los criollos que los mismos
españoles, que en el limbo de su identidad, no podían acceder a los
beneficios que significaba haber nacido en la península.
El ibérico tenía beneficios en los cargos políticos y económicos,
incluso religiosos. Al criollo, al hijo de español, solo le quedaba lo
que el poder dinástico y de linaje le dejaba. En lo económico podía
ganar, pero debía pagar los quintos reales, los impuestos que para él
tenían otro precio. El español no pagaba, el criollo sí. Incluso, no
pocos incásicos quisieron, vía económica o legal, hacerse de los
beneficios españoles. Las luchas de Túpac Amaru II y de muchos otros
buscaron ese reconocimiento que les significaba poder acceder, por
ejemplo, a una educación en los colegios para descendientes de incas.
Una manera de recoger las hilachas del poder. Ser parte del poder.
Algunos lograron ser parte de la milicia española por esa vía. Es el
caso de Mateo García Pumacahua que llegó a obtener el grado militar de
Brigadier; en su momento fue persecutor de Túpac Amaru II. El motivo
genuino de la independencia fue entonces, económico, no querer pagar
impuestos a la corona española. La constitución de Cádiz (1812), allá en
España, con sentido liberal, abrió la puerta a los criollos americanos a
sentirse con derechos a un mejor status económico. Abolida la susodicha
constitución con el retorno a la monarquía de Fernando VII, las cosas
volvieron a fojas cero.
Necesario el preámbulo para explicar un segundo momento de subyugación.
Si bien el deseo emancipador era más político y económico que de
identidad, aunque se usó el concepto, hubo muchos que no quisieron dejar
de sentirse vasallos, no quisieron sentirse autárquicos, libres.
Quisieron seguir siendo parte de una establishment que daba el prestigio
de tener como líder no a un hombre, sino a un rey, con lo divino que
esto supone. Otros quisieron un nuevo modelo social autónomo. Fueron
pocos y su lucha costó mucho. Otros ya habían avanzado en el modelo
autónomo y libre como Argentina, Chile, Colombia y Venezuela. Justamente
desde esas tierras viene el apoyo a la causa independentista. Pero
muchos no quisieron esa independencia. Intelectuales, blasonados,
religiosos y criollos incluso, se resistieron a este nuevo modo de vivir
que suponía mejor distribución de la riqueza, que las ganancias
quedaran en estas tierras, una mejor justicia social. Pero muchos, ya
más americanos que españoles, incluso con sangre andina en sus venas,
quisieron seguir siendo parte de una monarquía absolutista.
Se logró la independencia, pero el arreglo final en la capitulación
de Ayacucho, post batalla, dejo a los blasonados y españoles que
quisieran quedarse en el Perú, como dueños de sus tierras. Así. Vean
como quedó la susodicha acta firmada por Canterac a nombre del Virrey La
Serna y de España. Decía que: La capitulación (es) únicamente del
ejército bajo su mando, la permanencia (de tropa) realista en el Callao y
el nacimiento de Perú a la vida independiente, con una deuda económica a
los países que contribuyeron militarmente a su independencia
(Argentina, Chile, Colombia y Venezuela). Que, (se haría) la entrega de
las plazas realistas a las autoridades peruanas. Que, (aceptamos) el
reconocimiento peruano de la deuda que las guerras independentistas
generaron en España. (o sea debíamos pagarles por los gastos que ellos
hicieron para mantener la monarquía). Que, El (nuevo) estado peruano
cubriría los gastos del retorno (A España) de los españoles (que
quisieran irse). Bien decía el cojo Larriva (1) que “Cuando de España,
las trabas en Ayacucho rompimos, otra cosa más no hicimos que cambiar
mocos por babas. Nuestras provincias esclavas quedaron de otra Nación.
Mudamos de condición, pero sólo fue pasando del poder de Don Fernando al
poder de Don Simón”. La asimetría continuó. Nada cambio. ¿Cómo entender
esto?
Una anotación más, y puedo citar más. En la infausta guerra contra
los capitales ingleses, léase con Chile, allí también hubo hombres que
optaron por apoyar al usurpador. Les dieron sus dadivas, respetaron sus
posesiones de casa y terrenos, pero a cambio ofrecieron la cabeza de
quienes luchaban en resistencia heroica frente al invasor chileno. Es el
caso del presidente durante la guerra Miguel Iglesias Pino de Arce.
Este innombrable organizaba aparentes conversaciones con el mariscal
Andrés A. Cáceres para ganar a los chilenos, pero la realidad, y hoy hay
testimonios escritos de su felonía, lo que buscaba era que Cáceres se
acercará a Lima para que fuese capturado y eliminar así la resistencia
que hacía con la campaña de La Breña. Este indigno al terminar su vida
política se fue del país y huyó a España, si a España. Regresó al Perú
siendo elegido Senador ¡estando en España!. ¡Cómo entender esto?
PERO LAS COSAS NO HAN CAMBIADO
Hoy en pleno siglo XXI, nuestro Perú se siente “independiente”, se
siente adulto, autónomo. Pero las cosas no han cambiado, seguimos con el
mismo síndrome colonial, respeto la palabra acuñada en un huayno por
Manuelcha Prado. Es verdad que de lo que sufrimos es un síndrome (2)
colonial. Aquí se da una lucha, de pocos como siempre, por salir de un
sistema colonial, o llamémosle neoliberal. Un sistema que ahoga, mata y
asfixia al más pobre. Pero igual que siempre, el pobre, el afectado, el
que se chupa toda la miseria del explotador, él sufrió en carne propia
el robo, la violación, la violencia, elegirá al candidato o pensamiento
político que lo mata. “Síndrome de Estocolmo” (3), es el colmo.
Preguntaba líneas arriba ¿Cómo entender esto?, retruco, síndrome
colonial.
El síndrome se extiende a nuestra vida diaria. El peruano de hoy se
siente peruano, se sabe peruano, pero actúa como un paria, como un
bastardo en su propia tierra. Ni se da cuenta de su realidad. Cada día
come y bebe lo que su explotador le da a tragos largos. Come TV basura.
Cada día se intoxica con las noticias que le muestran muerte y
violencia, se vuelve violento y los que gobiernan y los expertos “no se
explican” el porqué de tanta violencia. La saben, ellos la producen,
ellos la quieren. Los que la ven también la quieren. El sistema funciona
a la perfección. Ha logrado – el sistema – procrear una generación
neutra en su pensar y sentir. Una generación que no se siente parte de
una sociedad, una generación que no sabe, peor aún, no le interesa la
misma sociedad. Vegeta al ritmo de las olas mefíticas y es feliz. Le
pueden preguntar sobre un terrorista o peor aún, sobre un corrupto, le
pueden mostrar su foto y este clon social del sistema dirá que es un
héroe. Así estamos en nuestro Perú. Y esto seguirá. El sistema tiene
varios candidatos que seguirán el modelo, el sistema. Siendo las cosas
así, este síndrome colonial, es fácil entender que haya gente que ame al
aprismo. Es fácil entender que haya gente que diga sin vergüenza que es
fujimorista. Es fácil entender que haya gente que prefiera al gringo.
El síndrome colonial.
Pero es verdad que también hay gente que no hemos caído en el
sistema, que no sufrimos del síndrome. Que queremos de verdad un cambio.
Queremos ver cómo hacemos para despertar de ese letargo hipnótico, de
ese marasmo en que vive mucha gente. Casi el 70% de nuestra población
sufre del síndrome. Lo vemos cuando las encuestas dice que ese número
está detrás de los neo colonialistas. Se sienten vasallos de sus
explotadores. Es una pena. Son muchos los que no quieren cambiar o abrir
los ojos. Tiene razón Hildebrandt al decir que hay una “estupidización
colectiva”. ¿Qué nos queda? Seguir rezando algunos o como los profetas
bíblicos, denunciando la injusticia, el abuso. Ya no vendrán en nuestro
rescate y ayuda, como otrora, los argentinos ni los chilenos, ellos ya
son parte del sistema. Solo quedan todavía, contaminados a medias por el
síndrome, los bolivianos, los brasileños y los ecuatorianos. Pero ellos
no podrán rescatarnos. En este mundo cíclico o dialectico para algunos,
estaríamos en el tiempo de próceres y precursores. ¿Cuándo será de
verdad la independencia?, ¿Cuándo será verdad al cantar en el himno que
“somos libres”?. No perderé la fe. No es una fe religiosa, es una fe en
el Perú, una fe en los peruanos, pocos quizá que sueñen en un cambio, la
esperanza continua. ¿Cuántos somos? A sumar.
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