El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos.
Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. En definitiva, la historia de la humanidad siempre ha sido una guerra entre el pueblo y las clases dominantes, una lucha de clases. Y como en toda guerra, gana aquella parte más fuerte, o aquella parte que usa la estrategia más inteligente o más audaz. La fortaleza de las minorías dominantes reside en el control que tienen de la sociedad. Controlan el sistema político, la economía, los medios de comunicación, la educación, el poder judicial, el ejército, la policía, etc. Controlan el funcionamiento del Estado. Pero el verdadero control es el ideológico. La forma más eficaz y segura de controlar a un pueblo es controlando su forma de pensar. La clave está en la guerra ideológica. Quien gane dicha guerra tiene muchas probabilidades de ganar la guerra global. Es condición necesaria pero no suficiente. Porque se necesita además de las ideas, las estrategias para posibilitarlas. Ambas son imprescindibles. El cambio se produce si la conciencia está a su favor y si la estrategia lo permite llevar a la práctica. Quien domine la conciencia del pueblo y además tenga la mejor estrategia, gana. Pero la diferencia entre la derecha y la izquierda es que la primera necesita alienar al pueblo para imponerse, mientras que la segunda necesita emanciparlo. El pueblo debe desconfiar de todo movimiento político que con la excusa de liberarlo lo domine, es decir, practique los mismos métodos que la derecha. La derecha domina al pueblo, la izquierda lo libera. Los métodos delatan el fin. Reconoceremos a la auténtica izquierda por los métodos que practica más que por los fines que declara. Hablan más los hechos que las palabras. Reconoceremos a la auténtica izquierda por lo que hace más que por lo que dice.
La Misión.
Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. En definitiva, la historia de la humanidad siempre ha sido una guerra entre el pueblo y las clases dominantes, una lucha de clases. Y como en toda guerra, gana aquella parte más fuerte, o aquella parte que usa la estrategia más inteligente o más audaz. La fortaleza de las minorías dominantes reside en el control que tienen de la sociedad. Controlan el sistema político, la economía, los medios de comunicación, la educación, el poder judicial, el ejército, la policía, etc. Controlan el funcionamiento del Estado. Pero el verdadero control es el ideológico. La forma más eficaz y segura de controlar a un pueblo es controlando su forma de pensar. La clave está en la guerra ideológica. Quien gane dicha guerra tiene muchas probabilidades de ganar la guerra global. Es condición necesaria pero no suficiente. Porque se necesita además de las ideas, las estrategias para posibilitarlas. Ambas son imprescindibles. El cambio se produce si la conciencia está a su favor y si la estrategia lo permite llevar a la práctica. Quien domine la conciencia del pueblo y además tenga la mejor estrategia, gana. Pero la diferencia entre la derecha y la izquierda es que la primera necesita alienar al pueblo para imponerse, mientras que la segunda necesita emanciparlo. El pueblo debe desconfiar de todo movimiento político que con la excusa de liberarlo lo domine, es decir, practique los mismos métodos que la derecha. La derecha domina al pueblo, la izquierda lo libera. Los métodos delatan el fin. Reconoceremos a la auténtica izquierda por los métodos que practica más que por los fines que declara. Hablan más los hechos que las palabras. Reconoceremos a la auténtica izquierda por lo que hace más que por lo que dice.
La Misión.
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