Por Alberto Adrianzén
En primer lugar, considero que el proyecto nacionalista no es autoritario. Me extraña que se afirme, sin mostrar evidencias concretas de ello, que el nacionalismo tiene esa característica, más aún cuando nunca ha gobernado este país. Y me extraña más que se equipare al nacionalismo con el fujimorismo. Eso es simplemente un prejuicio. Sería bueno que todos aquellos que creen que el nacionalismo es autoritario lean el programa del 2006 y digan en qué parte o qué propuesta es autoritaria.
En segundo lugar, considero que hoy el nacionalismo está jugando un rol importante en la política nacional. Constituye una posibilidad de construir una representación política, sobre todo plebeya, de los sectores populares. Posibilidad, dicho sea de paso, que es una vieja deuda de la izquierda desde los años 80 y que hoy se hace más urgente frente a la amenaza que significa el fujimorismo. Ese proceso de creación de una nueva representación tiene lugar, por ejemplo, hoy en Bolivia. En ese contexto, el nacionalismo en el Perú, es parte del proceso de cambio que se vive en países como Ecuador o Bolivia, más allá de las obvias diferencias que existen y que hacen a cada proceso único e irrepetible.
En tercer lugar, el nacionalismo aparece también como una posibilidad de construir una nueva mayoría política y electoral en el país. Esto es, un proceso de creación de nuevas identidades colectivas, claramente diferenciadas políticamente, y capaces de competir y confrontarse en un proceso democrático. En este contexto, el nacionalismo, al igual que otras fuerzas políticas, tiene un carácter progresista y progresivo porque le devuelve a la política lo que es propia de ésta: su capacidad para construir nuevos sujetos políticos (es decir, mayorías políticas), su capacidad transformadora de la realidad y una clara vocación de poder. Hoy ese poder está en manos de maquinarias electorales y de los poderes fácticos (grupos empresariales, medios de comunicación, farándula y lobbys, entre otros). No es extraño que hayamos entrado a una fase de banalización de la política para liquidar su capacidad transformadora y hegemónica.
En cuarto lugar, considero que el nacionalismo (en alianza con otras fuerzas democráticas) es capaz de continuar la transición que se inició con la caída de Alberto Fujimori y con la llegada al poder de Valentín Paniagua y que quedó inconclusa. Para el presidente Paniagua, como lo he señalado en otras oportunidades, la transición democrática no es solo un cambio de régimen político, sino que tiene, como él señala en un texto del año 2002, un carácter refundacional. Dicho en otros términos, una transición es exitosa cuando es capaz de transformar el orden social de una manera global, lo que supone un claro camino reformista. Por ello, el reto principal del nacionalismo, es cambiar el país; crear una nueva representación política, una sociedad más justa y nueva institucionalidad (republicana) capaz de administrar la vieja y siempre presente tensión entre democracia y liberalismo; terminar con los privilegios; y regular el mercado (también se puede leer como capitalismo), hoy casi sin controles efectivos.
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