Por Rodrigo Montoya
La corrupción ha pasado a ser el problema aparentemente más importante en el país después que los dos secretarios generales del partido que gobierna se han visto seriamente comprometidos en graves problemas. Entre tanto el presidente García hace piruetas verbales para hacer creer que sólo se trata de pequeñas ¨turbulencias¨ en el vuelo aprista. Con su habitual incontinencia verbal y facilidad para insultar, sin nombrarlos ha llamado a los corruptos “ratas” y “basura”, y hasta los ha enviado “al diablo”. Pareciera que podría repetirse aquel lamentable episodio con su célebre frase “se van ellos o me voy yo”, luego de haber dado la orden de acabar con los presos políticos en las cárceles de Lima, en 1986. No se fueron los anónimos “ellos”, tampoco él. Por sus gestos y frases pareciera que el presidente García nada tendría que ver con la corrupción.
Comprar influencias para conseguir leyes y decretos que sirvan para ganar mucho dinero es un componente estructural del capitalismo en todas partes y en todos los tiempos. Ocurre que son muy pocas las coimas detectadas y probadas y, peor aún, debidamente castigadas. Hay quienes saben hacer bien sus trabajos de lobistas sin dejar huellas y otros torpes y faroleros como el tal Bieto Químper y sus amiguetes. Hay empresarios, funcionarios y políticos expertos en ofrecer y recibir coimas y otros aprendices y torpes.
Para cubrirse de coimas, robos y muertes, hay disposiciones legales, incluso constitucionales. En Perú el presidente no puede ser acusado de ningún delito mientras esté en el ejercicio de su cargo. Después sí, pero las alianzas entre las fuerzas políticas resultan muy útiles para que al presidente saliente no se le toque y éste y sus congresistas devuelvan después el favor. Esta es la reciprocidad real de la corrupción. La llamada inmunidad parlamentaria es un privilegio que protege a los corruptos y se convierte prácticamente en impunidad. El juicio y la condena a Fujimori es una excepción en la historia peruana debido a la magnitud extraordinaria de sus delitos y crímenes y a la feliz aparición de los primeros brotes de una conciencia ciudadana, clave para bloquear la impunidad.
Paralelamente a estos brotes, las fuerzas de la corrupción se reagrupan para bloquear futuros juicios y seguir con sus viejos hábitos del pasado. Kouri, el candidato a la alcaldía de Lima es el cínico perfecto que quiere hacernos creer que tiene una vocación de servicio al pueblo más fuerte que su vocación de servicio a grandes corruptos como Fujimori y Montesinos.
Los apristas, aliados para todo fin práctico de los Fujimoristas, están aparentemente persuadidos de que la relación entre la ética y la política es relativa, lo que en buen castellano quiere decir que debemos aceptar que la política ha sido, es y será siempre sucia, y que nadie pretenda convertirse en juez. Se trata de un aviso. Una prueba de fuego vendrá cuando veamos si la batalla por la alcaldía de Lima se mantiene o no entre las fuerzas de la corrupción y la honradez.
La corrupción ha pasado a ser el problema aparentemente más importante en el país después que los dos secretarios generales del partido que gobierna se han visto seriamente comprometidos en graves problemas. Entre tanto el presidente García hace piruetas verbales para hacer creer que sólo se trata de pequeñas ¨turbulencias¨ en el vuelo aprista. Con su habitual incontinencia verbal y facilidad para insultar, sin nombrarlos ha llamado a los corruptos “ratas” y “basura”, y hasta los ha enviado “al diablo”. Pareciera que podría repetirse aquel lamentable episodio con su célebre frase “se van ellos o me voy yo”, luego de haber dado la orden de acabar con los presos políticos en las cárceles de Lima, en 1986. No se fueron los anónimos “ellos”, tampoco él. Por sus gestos y frases pareciera que el presidente García nada tendría que ver con la corrupción.
Comprar influencias para conseguir leyes y decretos que sirvan para ganar mucho dinero es un componente estructural del capitalismo en todas partes y en todos los tiempos. Ocurre que son muy pocas las coimas detectadas y probadas y, peor aún, debidamente castigadas. Hay quienes saben hacer bien sus trabajos de lobistas sin dejar huellas y otros torpes y faroleros como el tal Bieto Químper y sus amiguetes. Hay empresarios, funcionarios y políticos expertos en ofrecer y recibir coimas y otros aprendices y torpes.
Para cubrirse de coimas, robos y muertes, hay disposiciones legales, incluso constitucionales. En Perú el presidente no puede ser acusado de ningún delito mientras esté en el ejercicio de su cargo. Después sí, pero las alianzas entre las fuerzas políticas resultan muy útiles para que al presidente saliente no se le toque y éste y sus congresistas devuelvan después el favor. Esta es la reciprocidad real de la corrupción. La llamada inmunidad parlamentaria es un privilegio que protege a los corruptos y se convierte prácticamente en impunidad. El juicio y la condena a Fujimori es una excepción en la historia peruana debido a la magnitud extraordinaria de sus delitos y crímenes y a la feliz aparición de los primeros brotes de una conciencia ciudadana, clave para bloquear la impunidad.
Paralelamente a estos brotes, las fuerzas de la corrupción se reagrupan para bloquear futuros juicios y seguir con sus viejos hábitos del pasado. Kouri, el candidato a la alcaldía de Lima es el cínico perfecto que quiere hacernos creer que tiene una vocación de servicio al pueblo más fuerte que su vocación de servicio a grandes corruptos como Fujimori y Montesinos.
Los apristas, aliados para todo fin práctico de los Fujimoristas, están aparentemente persuadidos de que la relación entre la ética y la política es relativa, lo que en buen castellano quiere decir que debemos aceptar que la política ha sido, es y será siempre sucia, y que nadie pretenda convertirse en juez. Se trata de un aviso. Una prueba de fuego vendrá cuando veamos si la batalla por la alcaldía de Lima se mantiene o no entre las fuerzas de la corrupción y la honradez.
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