lunes, 5 de enero de 2015

¡ YO DEBO ACUSAR. YO ACUSO !


“Yo acuso”

Por Alberto Adrianzén

Casi todos los políticos, los apristas, fujimoristas, pepecistas, “castañedistas”, partidarios de Acuña y de Kuczynski, presidentes regionales, alcaldes, concejales, etc. se acusan de todo.

La “Yo acuso” es la famosa carta abierta que el escritor e intelectual francés, Émile Zola, le envió al presidente de ese país, Félix Faure, en defensa del capitán Alfred Dreyfus acusado de alta traición por colaborar con los alemanes y condenado a cadena perpetua en la famosa isla del Diablo en la Guayana francesa.

El alegato de Zola, publicado el 13 de enero de 1898 en el diario L´Aurore, sacudió la sociedad francesa y motivó una serie de protestas que lograron la liberación deDreyfus. Zola no solo demostró su inocencia sino también que tras ese juicio, amañado por cierto, existía una política antisemita orientada a dañar a la comunidad judía en ese país.

Lo que fue un hecho que conmocionó a un país y a una sociedad, tal como registra la historia, en el nuestro se ha convertido en moneda corriente en el mundo de la política, que emociona a pocos, aburre a muchos, y que más bien invita a un comportamiento pasivo y, algunas veces, hasta complaciente con hechos que nos deben escandalizar.

Y si bien uno podría repetir aquellas palabras de Zola: “¡Oh, justicia, qué horrible desaliento nos invade el alma!…”, es difícil encontrar en nuestra sociedad un movimiento parecido al que desató la carta del escritor francés.

En el Perú, casi todos los políticos, los apristas, fujimoristas, pepecistas, “castañedistas”, partidarios de Acuña y de Kuczynski, presidentes regionales, alcaldes, concejales, etc. se acusan de todo, mientras los medios de comunicación han terminado por convertir estos escándalos en la nutriente de una prensa amarilla y farandulera que esconde las causas verdaderas de la actual descomposición nacional.

Aquí también se pueden repetir hasta el cansancio aquellas otras palabras de Zola: “Esa verdad, esa justicia que con tanta pasión deseamos, ¡qué desaliento ver cómo las abofetean hasta desfigurarlas y alienarlas!”

Y eso ocurre todos los días como lo acaba demostrar la reciente exclusión de Alberto Quimper y de Rómulo León (hijo), del proceso sobre los famosos “petroaudios”.

Y es que lo que hoy vive el país o lo que se esconde detrás del “Yo acuso” local es que estamos frente a una guerra de clanes políticos y de mafias en la que cada una de estas busca defender a sus jefes.En realidad, lo que está en juego, además de la aplicación de la justicia, es saber si somos capaces de impedir que la impunidad termine como el modus operandi de políticos y mafias con canales vinculantes unos con otras.

Es como sentarse en una mesa de juego para intercambiar figuritas. Yo te canjeo la figurita de Alberto Fujimori por la de Alan García o la de Martín Belaunde Lossio por las otras dos, o la de Roberto Torres (alcalde de Chiclayo), o la de César Álvarez (presidente regional de Ancash) o la de Rodolfo Orellana o de narcotraficantes, por otras similares. Es un verdadero carrusel que esconde los nexos entre los clanes mafiosos y una mayoría significativa de políticos y de partidos políticos.

No hay otra explicación. El “Yo acuso” local es como imputar al otro de ladrón —muchas veces es cierto— cuando el que acusa es también ladrón. Es la máscara tras la que se ocultala corrupción y la búsqueda de la impunidad total. Una charada mediatizada. Nuestro “House of cards” criollo.

Por eso, lo que debemos preguntarnos es porqué la carta de Zola en Francia contribuyó a corregir una injusticia y a consolidar la institucionalidad democrática del Estado y en nuestro país la proliferación de acusaciones parece no tener ningún o muy poco impacto en la sociedad, más allá de mostrar su progresivo deterioro.

Las elecciones municipales y regionales han sido la mejor demostración de que el “Yo acuso” ha ejercido poco o ningún efecto entre los electores peruanos. Que en Lima, en la última elección municipal, personas acusadas de corrupción o militantes vinculados con partidos también acusados de corrupción hayan sido elegidos o hayan quedado en segundo puesto, o que en provincias ganaran candidatos que “prometen” robar menos ya que se llevarían la plata en carretilla y no en camiones como las anteriores autoridades, son ejemplos de la erosión —por no decir destrucción—del tejido social y de los niveles de corrupción e informalidad de la política y de la economía en nuestro país.

Para las grandes mayorías, el Perú, antes que un país y una comunidad política integrada, se le presenta como un campo de batalla en el cual la lucha por la sobrevivencia es la regla número uno y la impunidad la número dos.

Que hoy la política esté desprestigiada, bloqueada, y los políticos estén viviendo, acaso, su peor momento, es el “costo” que debemos pagar por negarnos al cambio de un modelo económico que no integra al país, que profundiza las desigualdades e incrementa la informalidad económica y social; por mantener un sistema político cerrado, informal y corrupto construido durante el fujimorismo, el toledismo y el aprismo; por no tener una izquierda moderna y popular; por tener un Estado capturado por los grande poderes económicos y penetrado por los lobbies; y por la existencia de una elite que encuentra en lo que Sergio Zermeño llamó “la sociedad derrotada” y en la “informalidad de la política”,el mejor contexto para su reproducción social y para continuar con sus desmedidos privilegios.

La responsabilidad del presidente Humala en este escenario deplorable no es menor, por eso, como diría Émile Zola en su famoso e histórico alegato: “Ésta es pues la verdad pura y simple, señor presidente. Es espantosa, y quedará siempre como una mancha de su presidencia.”

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