martes, 2 de abril de 2013

OTRO HOMENAJE A JAVIER DIEZ CANSECO


Por Nelson Manrique
La enfermedad de Javier Diez Canseco es un duro golpe para todos los que admiramos su consecuencia, honestidad e integridad como político y como hombre, y lo tenemos como un referente ético imprescindible del Perú que queremos construir. Como es natural, su intransigencia en la lucha contra la corrupción le ha ganado grandes enemigos, pero también el reconocimiento de lo mejor del país, más allá de las banderas ideológicas.
El temple de Javier se forjó inicialmente en la lucha contra la polio, en la voluntad de sobreponerse a las limitaciones que le imponía la enfermedad que lo baldó cuando tenía un año de edad. Balo Sánchez León rememora en una novela la infancia de ese grupo de niños de San Isidro que se juntaban a jugar en el Perú de los 50. Contaba Balo, muy divertido, que años después cierto militante de izquierda le estrechó la mano con gravedad y se presentó: “Me llamo Fulano y soy miembro del Comité Central del PUM”, a lo que Balo le contestó: “Yo me llamo Abelardo Sánchez León y cuando era niño jugaba en Los Cóndores con Javier Diez Canseco”.
Javier soltó la carcajada cuando le conté la historia: “¡Lo mejor es que es verdad!”, añadió.
Mis primeros recuerdos de Javier se remontan a fines de los sesenta, cuando en la Universidad Agraria formamos un centro de capacitación para estudiantes universitarios que querían salir al campo para trabajar con el campesinado. Corría 1969, hacía algunos meses que Velasco Alvarado había promulgado la Ley de Reforma Agraria e invitó a los universitarios a salir a impulsarla. Decidimos asumir el reto. Asistían a prepararse cientos de estudiantes y entre ellos varios de la Universidad Católica y, por supuesto, Javier. Desde entonces, fue para mí y para los miembros de mi generación una presencia familiar. Durante los siguientes años, en plena militancia, me sorprendía su valor, siempre poniéndose en primera en toda movilización, sin aceptar las limitaciones que le imponía su pierna afectada, en un quehacer que exigía correr regularmente.
En cierta oportunidad le pregunté cómo se hizo izquierdista. Me respondió que él fue criado en un medio en el que ni siquiera sabía que existía la pobreza (“No que estuviera mal, precisó, sino que no sabía que existía”). Su padre era integrante del llamado Imperio Prado, el grupo financiero más poderoso del Perú oligárquico. Entrando a la universidad Javier decidió salir a conocer el país y se enroló en Cooperación Popular, una iniciativa del arquitecto Belaunde.
Se fue a trabajar a una comunidad campesina y sufrió un gran trauma al enfrentarse con lo que era el país que habitaba. Su memoria de la experiencia era la de haberse quedado entumecido con la impresión, sin saber qué hacer, sintiendo una intensa vergüenza, que no encontraba cómo mitigar. Luego de algunos meses retornó a Lima, pero no a casa de sus padres: “No podía regresar, no tenía ningún proyecto, no sabía qué iba a hacer, pero sabía que no podía volver a vivir de la misma manera”. Se mudó a un pequeño departamento y poco a poco comprendió que la misión de su vida sería luchar por cambiar ese estado de cosas.
Vino entonces la búsqueda. Con otros dos amigos de la universidad decidieron que el camino era unificar la izquierda, y empezaron a llenar Lima de pintas con los nombres de los tres partidos que habían decidido que se debían unificar. Más de uno debió quedarse perplejo al leerlas, tratando de descifrar qué significaba eso. Luego vino la militancia en las causas a las que ha dedicado su vida: la defensa de los desposeídos, el socialismo, los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y por la inclusión, con un especial énfasis en los derechos de los discapacitados. Jamás se apartó de ese empeño.
El coraje de Javier, que linda con la temeridad, ha provocado que atenten contra su vida en más de una ocasión. Amenazado por ambos bandos durante la guerra interna y siendo víctima de varios atentados se mantuvo en su línea, contra viento y marea, con ese mismo valor con el que hoy enfrenta al cáncer.
Debes saber, Javier, que todos estamos contigo. Que te consideramos lo mejor que nos pudo pasar, y que hacemos fuerza a tu lado.

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