sábado, 29 de marzo de 2014

LOS FUNERALES DEL APRA

Alberto Adrianzén

Los funerales del APRA

Ya no predica el cambio y las transformaciones, como en el pasado; ahora se presenta como la alternativa frente a los “nuevos populismos”.

Hace muchos años, cuando era universitario, en las asambleas solíamos gritar el “APRA nunca muere, vive de rodillas”. Ello simbolizaba el viraje a la derecha del aprismo en esos años y, también, una suerte de conciencia de que el aprismo, simplemente, como expresaba la consigna, iba a prevalecer en el tiempo.

El Partido Aprista Peruano, como sabemos, jugó un papel importantísimo en la historia política peruana del siglo XX. Junto con los comunistas, el aprismo expresaba una nueva representación política de las nacientes clases populares y medias en esos años. Las elites que gobernaban el país en esos tiempos decidieron por Sánchez Cerro y, más tarde, por la abierta dictadura. Es la ruptura, como bien lo señalaron Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, entre las elites dominantes y sus intelectuales. Pasaron muchos años para que la derecha vuelva a tener intelectuales en el país.

El APRA, en aquel contexto, se convirtió no solo en el principal partido popular en el país sino también en una suerte de modelo político para otros partidos de la región. No debemos olvidar que tanto el discurso como la revolución que proponía el aprismo eran continentales. Años después, surgieron partidos similares en la región: Acción Democrática en Venezuela, Liberación Nacional en Costa Rica, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en Bolivia. Incluso, el movimiento peronista en Argentina, en cierta forma, es también inspirado por el aprismo. La llamada “tercera posición” de Perón le debe mucho a aquella frase de Haya de la Torre “ni con Washington ni con Moscú”.

Las virtudes del Partido Aprista Peruano fueron varias. Acaso la más importante fue crear un “pueblo aprista”, esa suerte de alianza entre los trabajadores manuales e intelectuales, que se convirtió en una subcultura política que permitía asegurar la continuidad, como se decía antes, “de padres apristas, hijos y nietos apristas”. Además, erigir una hegemonía en el mundo popular y sindical, una sólida ideología y una jefatura moral y políticamente indiscutible como fue la de Víctor Raúl Haya de la Torre.

Esas virtudes, más otras, como la de tener una consistente dirección política con dirigentes como Armando Villanueva, Ramiro Prialé, Luis Alberto Sánchez y Manuel “cachorro” Seoane, fueron las que permitieron al APRA tejer esa lealtad política con sus seguidores y electores. En ese contexto, el partido podía virar a la izquierda o a la derecha porque contaba a su favor con la adhesión de sus seguidores y el fuerte enraizamiento en el mundo popular o plebeyo.

Sin embargo, en los años cincuenta, el APRA, como anota Osmar Gonzáles, no pudo representar a las nuevas clases medias que se alinearon con Acción Popular y el social progresismo, ni tampoco a los migrantes que comenzaban a poblar las ciudades de la costa, en particular Lima, que poco a poco fueron representados por una izquierda variopinta. Es durante esos años cuando comienza la decadencia del aprismo y su abierto viraje a la derecha, como lo expresó, sin ambages, su alianza con Prado y Odría.
Los funerales del APRA

A diferencia del peronismo argentino, que mantiene una existencia activa en el mundo popular y sindical que le ha permitido girar a la derecha (Menem) o la izquierda (Kirchner) sin perder presencia en esos ámbitos, es decir, mantener el “pueblo peronista” y renovarse con un discurso y una práctica popular y plebeyos, el APRA poco a poco fue perdiendo y desmantelando su presencia en el mundo popular. Su último intento de acercamiento se produjo durante el inicio del primer gobierno de Alan García, que duró poco, porque pronto comenzó su desplazamiento definitivo hacia la derecha.

Lo que quiero sustentar es que el APRA, a diferencia del peronismo, no tiene ninguna capacidad de renovación luego de su viraje a la derecha. Sin un “pueblo aprista” que lo siga, sin una presencia activa en el mundo sindical, salvo las mafias que se mueven en construcción civil, con una “nueva ideología”, que es la apología de la globalización y del capitalismo mundial, sustentada en la “teoría del perro del hortelano” y en los últimos libros de García, que renuncia a la integración regional que fue parte medular del inicial discurso aprista -no en vano García es el impulsor de la Alianza del Pacífico-, hoy, el APRA ha perdido sus viejas lealtades políticas y su capacidad de renovación.

Ya no predica el cambio y las transformaciones, como fue en el pasado; ahora se presenta como la alternativa frente a los “nuevos populismos” que hoy aparecen en el país. La comprobación de todo ello fue el triunfo electoral de García en el 2006 frente a un candidato que, curiosamente, levantaba algunas de las viejas banderas del aprismo.

No es extraño que hoy el partido aprista esté envuelto en el lodazal de la corrupción y unido a la extrema derecha nacional y regional que intenta ganar terreno luego del viraje hacia la izquierda de la región.
Es el fin de un viejo partido populista y su conversión abierta y sin vuelta atrás en un partido de derecha y, diría, en una mafia política. Su actual “martirologio”, si cabe la expresión, tiene relación con la corrupción y no con las luchas del pueblo como fue en el pasado.

Hoy asistimos a los funerales políticos del APRA, el abandono de sus originales banderas programáticas es uno de los principales motivos, pero fue, sin duda, Alan García y su última gestión presidencial, quien le infligió la herida de muerte.

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