Escribo con regocijo por la paliza número 23
propinada a Estados Unidos en la ONU con la condena universal de su
ilegal e inmoral bloqueo a Cuba. Tengo la certeza que el bloqueo
terminará más temprano que tarde, no de un día para otro sino como un
proceso gradual. Como también la tengo sobre la ya inevitable
declinación de la hegemonía de Washington, aunque este no se resigne a
aceptarlo y conserve una gran capacidad de hacer daño.
Con la disputa por la hegemonía tenían que ver mucho las elecciones
suramericanas de las últimas semanas. Una victoria de la oposición
neoliberal en Bolivia, en Brasil y en Uruguay habría significado un
enorme tanto a favor de la hegemonía yanqui. Afortunadamente, en los
tres casos ocurrió lo contrario.
Pero aún con la resplandeciente victoria lograda por Evo y el MAS en
Bolivia y el ya prácticamente seguro triunfo en segunda vuelta del
Frente Amplio de Uruguay con mayoría en ambas cámaras, una derrota del
PT y su abanderada Dilma Rousseff en Brasil hubiera sido una verdadera
catástrofe para las fuerzas populares de Nuestra América.
Sin Brasil es inconcebible el proyecto de unidad e integración que
tuvo en Hugo Chávez su más destacado impulsor pero que no hubiera podido
cuajar sin el pleno apoyo y cooperación de Lula da Silva y todo el peso
regional e internacional del gigante sudamericano.
Ello explica que a la reelección de Dilma se haya opuesto tenazmente
una poderosa coalición integrada por sectores muy belicosos del capital
financiero internacional y sus voceros más connotados como el Financial
Times, The Economist, The Wall Street Journal, además de las grandes
empresas brasileñas y su oligopolio mediático aliado que, como denunció
el teólogo Leonardo Boff crearon una “tormenta perfecta” para impedir la
continuidad de la gestión del PT. Además del sabotaje económico,
apelaron a las tretas más inmorales.
En una acción abiertamente criminal y golpista, la cereza del pastel
la puso el semanario Veja en su edición de vísperas de la elección. Puso
una vil calumnia contra Lula y Dilma en portada, no sustentada en la
nota de páginas interiores y adelantó en 24 horas de su circulación para
que los otros medios oligárquicos como O Globo –también golpistas-
pudieran difundirla viernes, sábado y el mismo domingo electoral. Pero
no les funcionó.
Los gobiernos de Lula y Dilma han conseguido extraordinarios logros
sociales que han dignificado la vida de decenas de millones de
brasileños entregándoles mayores ingresos y por primera vez acceso a la
salud, la educación y al servicio de agua y luz. Pero no han podido
abarcar en doce años toda la enorme deuda social de uno de los países
más desiguales del mundo ni realizar trasformaciones estructurales de
fondo. El PT también reconoce que necesita un profundo análisis
autocrítico.
Es evidente que para acometer las trasformaciones que se necesitan,
como la reforma agraria y la democratización de los medios de
comunicación no basta con las alianzas parlamentarias que le han
permitido al PT gobernar hasta ahora.
Dilma se ha comprometido a dar la batalla por una Asamblea
Constituyente y una reforma política, que no solo adecentaría la
democracia representativa sino abriría las puertas a una mayor
participación popular, decisiva para impulsar las reformas que están
pendientes ahora frente a una derecha y una oligarquía golpistas y
cargadas de un odio enfermizo y visceral. ◘
La Jornada, México
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