jueves, 4 de febrero de 2010

OLLANTA: Y NO PODRÁN MATARLO

Por Sinesio López Jiménez

En las elecciones del 2006 varios candidatos (entre ellos García) cuestionaban el modelo neoliberal extremo. En el 2011 sólo Ollanta Humala sigue cuestionándolo. ¿Qué pasó? ¿Fueron derrotados? ¿Traicionaron? ¿Fueron cooptados? ¿Los convenció “la calidad” del modelo? Mi hipótesis es que pasó un poco de todo. Las izquierdas dispersas fueron aplastadas, García traicionó y el desempeño económico (más por el contexto internacional que por la calidad del modelo mismo) ha sido notable entre el 2006 y 2008. Vino luego la crisis y mostró sus límites. El candidato que asustó entonces a la derecha política y a los poderes fácticos fue Ollanta Humala. Se le satanizó, se le emparentó con Chávez, se le mostró como un Hitler peruano. Crearon un cuco a la medida de sus miedos y de sus intereses para combatirlo. Ollanta no tuvo, al parecer, el interés ni los medios para revertir la ofensiva derechista. Más aún: a veces reforzó con sus errores la pésima imagen creada por la derecha.

Ollanta sigue hoy asustando a la derecha y a los poderes fácticos. Durante todo su segundo gobierno, García ha encabezado una persistente ofensiva contra Ollanta para destruirlo políticamente. Ha fracasado. Ollanta sigue en pie y constituye una alternativa a todas las fuerzas de la derecha en la solución de los problemas de fondo que agobian el país: exclusión social y cultural; modelo neoliberal extremo; Estado ineficaz, excluyente, poco creíble y nada transparente y baja calidad de la democracia. ¿Cuál es el activo de Ollanta? Mi hipótesis es que tiene tres activos fundamentales: la férrea voluntad de cambiar el Perú por los caminos democráticos, la alta capacidad de resistencia frente a la ofensiva derechista y la representación política de los que se sienten excluidos (la ira, la protesta, el nacionalismo y el voto de los descontentos).

Desde luego, Ollanta, como casi todos los candidatos, presenta algunos déficits: no tiene un partido organizado, carece de un programa preciso o, si lo tiene, no lo ha difundido suficientemente y le falta construir una vasta coalición social y política de respaldo que dé viabilidad a sus propuestas de gobierno. Para formar esa coalición y destruir el cuco creado por derecha, Ollanta necesita precisar el alcance y los límites del cambio del modelo neoliberal. Tiene que señalar enfáticamente, por ejemplo, que dicho cambio no supone eliminar la economía de mercado para reemplazarla por el Estado ni acabar con los equilibrios macroeconómicos. Entre el neoliberalismo extremo y el estatismo caben otros modelos económicos más equilibrados. Cada modelo económico requiere una correlación de fuerzas que lo sustente. Chile pudo reformar el modelo pinochetista gracias a la coalición de centroizquierda y Uruguay ha podido resistir el extremismo neoliberal gracias a los partidos de izquierda y al apoyo de la sociedad civil.

No bastan, pues, el voto y la fuerza de los excluidos ni la voluntad de un caudillo para cambiar al Perú. Es necesario organizar una gran coalición del cambio. La derecha y los poderes fácticos se solazan con las encuestas de Lima que empequeñecen a Ollanta, se preocupan con los sondeos del Perú urbano que lo muestran creciendo o manteniendo su fuerza y se asustan con el Perú rural y semirrural al que no encuestan (un poco más de un tercio del país). El movimiento, la protesta, el cambio vienen, sin embargo, de la provincia. Lima siempre llega última (cuando llega). Eso dice la historia desde la independencia hasta nuestros días, pese a los importantes cambios de las últimas seis décadas. San Martín esperó vanamente en Pisco que Lima proclamara la independencia. Las desbordantes protestas de los 70 y los 80 nacieron en la provincia, avanzaron por diversas ciudades del país y culminaron en Lima privilegiada y conservadora. Esa ha sido, hasta ahora, la forma de movimiento de la historia peruana.

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